Hombre o niño

Más de cuarenta años.
Se dice rápido, pero es una vida entera. Es el tiempo que ha pasado desde que Toni se fue. Y cada vez que aparece en mis recuerdos, me visita el mismo pesar: no por lo que fue, sino por todo lo que no vivió.
Pienso en los cuadros que no pintó, en las canciones que dejó por componer. En la familia que no formó, en los hijos que no vio crecer. Él quería estudiar Bellas Artes. Tenía esa sensibilidad especial en las manos y en la mirada.
Recuerdo el jardín de mi casa, dos guitarras marcando el compás. El sol sobre la terraza, entonces no pedíamos más. Éramos dos críos convencidos de que teníamos toda la vida por delante. Y yo la tuve. Él no.
Pero Toni no era solo ese chaval del jardín.
Hubo una historia, compleja y delicada, que nos cruzó. Una chica, Ana. Yo salí con ella primero, y sé, porque lo hablamos mil veces, que él estaba loco por ella. Era una de esas situaciones que en la adolescencia pueden dinamitar una amistad. Pero no lo hizo.
Toni supo estar. Supo esperar. Supo ser mi mejor amigo por encima de todo, con una lealtad y una paciencia que, si soy honesto, yo no tenía entonces. No hubo un mal gesto, ni un reproche, ni una sombra en nuestra amistad. Solo una espera serena.
Meses después, cuando mi relación con Ana terminó, empezó a salir con ella. Él se sentía un niño a su lado, pero sé que ella —me lo confirmó con sus palabras— no lo veía así. Y en ese tiempo, hizo algo que nos marcó a todos. Le compuso una canción. Una canción preciosa que se convirtió, sin pretenderlo, en el himno no oficial de nuestro grupo.
El título era «Hombre o niño».
Qué título. Qué puñetera maravilla de título. En una etapa en la que esa transición es inevitable, la letra era el mapa de sus dudas, de su lealtad, de ese amor que nacía en un terreno complicado.
“¿Por qué mi amor tuvo que ser así? Te aseguro que yo me arrepiento.”
“Pensar, soñar, por dejarme llevar, por instintos de niño. Déjame que lo vuelva a intentar.”
Aquel intento fue arte. Fue amor. Fue madurez. Toni supo esperar, supo ser amigo, supo amar sin condiciones. Y en lugar de reproches, nos dejó una melodía que hablaba de dudas, de crecimiento, de ternura.
“Hombre o niño. ¿Quién me puede ayudar? A salir de esta duda, con tu amor tú podrás.”
Esa duda no hablaba solo de él. Hablaba de todos nosotros, de lo que no supimos hacer, de lo que no supimos decir. Mi relación con Ana fue compleja y sé que no la hice feliz. Él sí supo darle todo lo que yo no fui capaz de ofrecerle.
Hoy, sentado frente a esta página en blanco, entiendo por fin la profundidad de sus versos. Yo lo lloraba por el hombre que no llegó a ser, sin darme cuenta de que, a sus 18 años, ya lo era. Había sabido gestionar la amistad, había entendido la paciencia, había sabido amar como ella merecía. Y, sobre todo, había sido capaz de transformar esa vivencia en arte.
Así que sí, el pesar por su ausencia sigue aquí. Pero ya no pienso solo en lo que se perdió. Pienso, con una admiración inmensa, en lo que nos dio. En la increíble densidad de esa vida tan corta. No se fue siendo un niño con una guitarra en el jardín. Se fue siendo el autor de esa canción. Se fue siendo el amigo leal y el hombre que supo amar.
Y su música, joder, su música todavía resuena.