El Mono Trigonométrico

Hay una magia especial en reencontrarse con textos antiguos, con folios que amarillean y que guardan la caligrafía de un yo que casi no reconozco. Hace unos días, revolviendo en una de esas cajas que acumulan más polvo que recuerdos, apareció un relato corto que escribí en los ochenta. Se titulaba, con toda la solemnidad de mis años de estudiante, La Fábula del Mono Trigonométrico. Y al leerlo, sonreí. Porque en él estaba la semilla de tantas cosas que vinieron después.
Todo empezó, como tantas cosas en aquella época, con Carl Sagan. Su voz, a través de la televisión, nos hablaba del Cosmos, de la evolución, de las estrellas y de nuestro humilde lugar en el universo. Yo caminaba con esas ideas bullendo en la cabeza, sintiéndome parte de algo inmenso y, a la vez, insignificante. Fue en uno de esos paseos introspectivos cuando la fábula tomó forma en mi mente.
Imaginé que me encontraba con un mono. Un ser visiblemente inteligente, que usaba un palo como herramienta con una destreza fascinante. Vi en él un eco de nuestros ancestros de hace dos millones de años y, en un arrebato de cercanía evolutiva, sentí la necesidad de comunicarme, de tender un puente entre su mente y la mía. Quería saber hasta dónde podíamos llegar juntos.
Y entonces, se me ocurrió la idea más extraña y maravillosa: intentaría explicarle el Teorema de Pitágoras. Para mí, esa fórmula era la quintaesencia de la belleza del conocimiento humano. Una verdad tan simple y tan profunda, tejida en la propia estructura del universo, comprensible hasta para un niño. Me arrodillé y empecé a dibujar triángulos y cuadrados en la arena, intentando transmitir con gestos esa relación mágica entre los catetos y la hipotenusa.
La respuesta del mono fue una indiferencia absoluta. No es que no entendiera el teorema; es que ni siquiera entendía que yo estaba intentando explicarle algo. Mis dibujos en la arena eran para él lo que las nubes en el cielo: formas sin intención, ruido sin señal. Comprendí con una claridad abrumadora que en su universo no existía la posibilidad de que algo como Pitágoras existiera. Su mente no tenía la puerta para entrar a esa habitación.
Me rendí. Con una mezcla de ternura y una cierta decepción, me di la vuelta para seguir mi camino. Y fue entonces cuando me encontré, cara a cara, con otra figura. No había duda: era un humano de dentro de dos millones de años.
Y me miró. Y en su mirada lo comprendí todo.
Comprendí que, para él, yo era el mono.
Esa revelación fue como un relámpago. Aquel relato juvenil, aquella fábula donde todos los personajes éramos animales en distintas fases, se convirtió en un punto de inflexión en mi vida. Hasta ese momento, yo era un devoto del cientifismo más estricto. Creía, con la arrogancia de la juventud, que la ciencia era el único camino hacia el conocimiento y que lo que no podía ser medido, pesado o demostrado, simplemente no existía.
El mono trigonométrico me regaló la humildad. Me hizo ver que mi cerebro, nuestro cerebro humano actual, es probablemente una etapa intermedia. Que nos creemos en la cima de la inteligencia, capaces de entenderlo todo, cuando lo más seguro es que estemos dibujando nuestros pequeños teoremas en la arena, ciegos a las verdades cósmicas que ni siquiera somos capaces de imaginar. Que existen habitaciones en el universo para las que todavía no tenemos la llave, ni siquiera la sospecha de que existe una cerradura.
Ese día dejé de rechazar lo que no entendía y empecé a explorarlo. Permití que en el muro de mis certezas se abrieran grietas por las que pudiera colarse la duda, el misterio, la posibilidad. Aquel mono imaginario me enseñó que la verdadera sabiduría no consiste en tener todas las respuestas, sino en ser consciente de la inmensidad de las preguntas que ni siquiera sabemos formular.
Y aquí sigo, tantos años después, caminando y dibujando en la arena, sabiendo que los triángulos más importantes son los que aún no puedo ver.
3 Respuestas
[…] El Mono Trigonométrico […]
[…] una figura que, inequivocamente, identifiqué con un humano de dentro de dos millones de años….ver ¿Empezamos de nuevo? Seguramente el Principio de Inercia fué el comienzo, pero si fué así, […]
[…] resultados tan complejos y altamente estructurados como el cerebro de un mamífero? Apelando al Mono Trigonométrico, me atrevería a decir cuál es ese mecanismo, incluso podría describir su funcionamiento y […]