El abrazo más deseado

Guerra
—A las doce y media, guerra en el Castillo Navarone —dijo Julio.
—¡Estáis locos! ¿Otra vez? —le respondí.
—Son unos gilipollas y se van a enterar. Avisa a tu primo, yo aviso a Javi y a Juan.
—A las doce y media, guerra —le dije a mi primo Pepito.
—Sí, sí, me apunto. ¡Esta vez se van a cagar! —contestó con entusiasmo.
A las doce y media estábamos en las proximidades del Castillo Navarone —un solar junto a las vías del tren— con nuestros escudos de madera, dispuestos a apedrear y apalear a los gilipollas de Los Vengadores.
A mis diez años, era miembro orgulloso de Los Terribles, los eternos rivales de Los Vengadores. Esta vez estábamos decididos a dar una buena paliza a esos estiraos que se creían los amos del mundo.
Los escudos resultaban efectivos para detener las piedras que nos llovían desde el castillo.
—¡Jolines, qué daño! —grité al recibir un pedrusco en la pierna—. La madre que los parió, estos cada vez tienen mejor puntería.
—Ahora verás —dijo Pepito, apuntando con su tirachinas—. ¡Toma! Jose muerto, en todo el brazo. ¡Los estamos machacando! ¡Capullooos, tan gordas no vale! —gritó mi primo al ver el tamaño de las piedras que nos lanzaban.
Los Vengadores eran nuestra banda rival, formada por «los listos de la clase». No sé cómo se las arreglaban, pero siempre hacían los deberes. En cualquier caso, eran unos estiraos que se creían los mejores. Bueno, vale, lo eran… pero eso era lo de menos.
Lo más precioso que he visto en mi vida
Tenía 13 años. Era mayo de 1975 y estábamos en clase de ciencias naturales. Por lo visto, había una epidemia de gripe y la mitad de la clase no había venido al colegio. Los asientos vacíos daban al aula un aire extraño, casi fantasmal.
Don Ismael me llamó: «Gras, venga hacia adelante, siéntese aquí». Cogí mis libros, me levanté de mi silla y me dirigí al asiento que me había indicado. En ese momento no tenía ni idea de lo que aquel cambio iba a suponer para mí.
Estaba a punto de producirse un giro en mi vida que iba a redibujar el mapa de mi adolescencia. Lo más importante: se pondrían en marcha los acontecimientos necesarios que, en unos pocos meses, desembocarían en uno de los momentos más emocionantes de mi niñez.
El corazón se me encogió. ¡Madre mía! En la misma mesa que Aliaga. Me quedé quieto unos segundos, paralizado por el horror. Aliaga era un tipo repelente. Sacaba dieces en todas las asignaturas y, para colmo, era uno de los cabecillas de Los Vengadores.
¡Con lo grande que es el universo, y tengo que acabar al lado de este tipo! Nos miramos con cara de pocos amigos mientras tomaba asiento.
No quiero ni mirarlo. Me dedicaré a hacer mis cosas, a ver si me deja tranquilo.
—Estamos preparando una pistola de rayos que os vais a cagar —soltó Aliaga.
¡Joder, qué nivel! Nosotros con escudos de madera y tirachinas, y ellos con pistolas de rayos…
—Eso no te lo crees ni tú —le dije con desprecio.
—Tenemos los planos y la estamos construyendo. Sólo me falta conseguir una bobina de radiofrecuencia y wolframio —respondió con voz altisonante.
—Pues yo tengo las dos cosas —mi desprecio se convirtió en sorpresa—.
—Anda ya, no me vaciles… ¿Seguro?
—Te lo juro.
Se hizo un silencio. Los engranajes de su cabeza casi se podían oír.
—¿Me los prestas? —preguntó Aliaga, bajando la voz. Su interés por el tema era suficiente como para tragarse el orgullo y aceptar ayuda del enemigo.
—Una polla. Que luego me disparas.
Mis pensamientos se aceleraron. Guau… construyen cosas, planos, bobina de radiofrecuencia, wolframio, pistola de rayos…
Yo también construía cosas. Me encantaba hacer inventos.
La curiosidad me pudo.
—¿Quién la construye? —pregunté.
—Pues yo. Yo hago inventos, ¿sabes? He construido muchas cosas.
—¿Ah, sí? ¿Y qué cosas has hecho?
—Una radio, una caja fuerte con mecanismos de seguridad y una emisora —dijo con orgullo.
No está mal. Nada mal.
—Yo también hago inventos. He hecho una radio, un coche que funciona con sonido y un transmisor de código morse.
—No jodas ¿Cómo captas el sonido para dar instrucciones al coche?
Bueno, ese fue el comienzo de una gran amistad.
Aliaga era el científico loco de Los Vengadores; yo, el de Los Terribles. Y como buenos genios incomprendidos, nos pudo más el afán de colaboración que la enemistad de años.
—Pásate mañana a mediodía por casa de Abelardo y trae la bobina y el wolframio.
—Vale, pero la construimos juntos. Por cierto, ¿de dónde habéis sacado los planos?
—En un tebeo del Capitán América vienen los planos detallados.
Al día siguiente, después de clase fui camino de casa de Abelardo. La verdad es que no me hacía mucha gracia, era como meterse en la boca del lobo. Abelardo era el jefe de Los Vengadores, un tipo muy inteligente y muy serio. No recordaba haberlo visto reír, jamás. Tenía mucha influencia y respeto en su banda. Lo cierto es que me imponía respeto… bueno sí, también algo de miedo. Llamé al timbre y abrió su madre.
—Buenos días, ¿Está Aliaga?
—Pues creo que todavía no ha llegado —dijo la madre de Abelardo—. Pero, pasa, pasa, están todos en el comedor.
Entré nervioso y me encontré a gran parte de Los Vengadores en el comedor.
Madre mía, dónde me he metido, me van a machacar.
—Hombre Gras, pasa. Ya me ha dicho el Ali que ibas a venir —me dijo Abelardo sonriendo.
Esto no me lo esperaba. Abelardo amable conmigo, increíble.
—Ya conoces a éstos ¿verdad?
—Sí, más o menos —dije mirándolos de reojo.
Abelardo se sentó en el suelo, sobre la alfombra, y me senté a su lado.
—¡La bobina y el wolframio! —dijo Abelardo mirando lo que llevaba en las manos—. El Ali va a dar saltos de alegría cuando los vea, lleva semanas intentando conseguirlos. Yo creo que no va a funcionar, pero él está entusiasmado. Nunca me hubiera imaginado que tú podrías tener estas cosas. Ya me ha dicho el Ali que tú también haces inventos…
Noté que los hombros, que llevaba tensos desde que había llamado al timbre, empezaban a relajarse. Abelardo me hablaba como si nos conociéramos de toda la vida. ¿El jefe de Los Vengadores, amable conmigo? Era algo tan increíble que tuve que disimular una sonrisa.
Él me contó que habían encontrado los planos de la pistola de rayos en un tebeo, y que habían hecho planes para construir unas cuantas… En esos momentos yo casi no escuchaba lo que me estaba diciendo, mi atención estaba absolutamente embobada centrada en otro sitio.
¡Dios mío! es la cosa más preciosa que he visto en mi vida. Miraba de reojo a la hermana de Abelardo.
Las dos hermanas de Abelardo estaban revisando la partitura de una canción para el colegio. La mayor llevaba unos vaqueros, una camiseta y una camisa a cuadros desabrochada.
Es un ángel, guapísima.
Abelardo se dio cuenta de que miraba a sus hermanas y dijo sonriendo…
—¿Conoces a mis hermanas? Amparo y Pili —dijo señalando a la mayor y a la pequeña—. Este es Vicen, un amigo de clase.
—Hola —dijeron ellas.
—Hola —dije yo.
¡Amparo, me encanta, es lo más precioso que he visto! ¿Estoy soñando? ¿Ya no soy Vicen, el Terrible; soy Vicen, amigo de clase?
—Por las tardes estamos en la Acera Alta, incluidas las chicas —dijo sonriendo—. ¿Por qué no te pasas y seguimos hablando?
¿Abelardo invitándome a ir con ellos? ¿Qué está pasando? Si está tu hermana voy dónde tú digas, aunque esté lleno de Vengadores.
Camino de vuelta a casa, con la mirada en el suelo, sólo había un pensamiento en mi cabeza: Amparo, es la cosa más preciosa que he visto. ¡Hala, ya me he vuelto a enamorar! ¡Me encanta!
El chalet
Esa misma tarde me acerqué a la Acera Alta. La verdad es que me sentía como un poco traidor, pero volver a ver a Amparo era absolutamente necesario. Pasé la tarde con ellos, lo cierto es que fui bien recibido, incluso me empezó a parecer que eran buena gente. Hablé mucho con Abe, y, sobre todo, con Ali, de nuestras cosas.
No podía acercarme a Amparo, pasaba todo el rato con sus amigas. Aunque el grupo estaba formado por chicos y chicas, realmente habían dos subgrupos, las chicas tenían sus conversaciones y los chicos las suyas. Era raro que se produjera alguna interacción más allá de lo necesario. Yo miraba a Amparo de reojo, continuamente.
¡Pobrecita, lleva el uniforme más feo que he visto en mi vida! ¡pero está preciosa!
Estaba feliz con sus amigas, hablaban y reían. La vi contar algo sobre el colegio gesticulando con las manos y poniendo muecas divertidas, todas sus amigas soltaron una carcajada. Tenía una risa contagiosa que me hizo sonreír a mí también, desde la distancia. La tenía tan cerca y ni siquiera podía hablar con ella.
—Ahora que empieza a hacer buen tiempo, vamos al chalet a pasar los fines de semana, el domingo vendrán todos, ¿quieres venir? —me dijo Abe.
—Vale.
Lo cierto es que cada vez me encontraba más a gusto entre mis nuevos amigos.
—Tráete un bocadillo para comer y el bañador, que ya tenemos la piscina llena.
¡Madre mía, veré a Amparo en bikini! suspiré.
El domingo, a las diez de la mañana estaba en la estación con mis nuevos amigos y amigas. Me aceptaron con alegría, me trataban como uno de ellos. Pensé que el hecho de que Abe me hubiera aceptado con tanta simpatía, era suficiente para que todo el mundo me considerara como uno más. Llevaba una bolsa con la comida, una toalla y una cámara. Por supuesto, no podía dejar pasar la oportunidad de hacerle fotos a Amparo, y más en bikini.
Pasamos el día en el chalet. Me integré perfectamente. Me trataban muy bien, eran gente alegre y divertida. Ali y Abe se estaban convirtiendo en verdaderos amigos. Teníamos conversaciones interesantes e inteligentes, además de divertidas. La verdad es que daba gusto hablar con ellos.
—¡No vale salpicar! —dijo Mari metiendo un pie en el agua—. ¡Dios mío, qué fría!
Ali se tiró en bomba a su lado y la dejó chorreando.
—¡Imbécil, he dicho que no vale salpicar!
Ana y Susi se morían de risa desde el agua.
—¡Venga, métete que está muy buena!
Amparo estaba en la escalera sin acabar de decidirse.
—¡Está helada, yo no me meto!
Yo la miraba embobado desde el borde, estaba preciosa con ese bikini verde.
—La virgen… ¿Has visto qué buena está María José? —me dijo Clavo en voz baja.
Desde luego, las chicas eran más divertidas que nosotros, se les veía felices y contentas. Creo que Jose era el chico que mejor aceptaban las chicas, no era grosero, como otros, y tenía esa simpatía que a ellas les gustaba.
Seguía sin poder acercarme a Amparo. Las chicas formaban un grupo cerrado y, aunque en algún momento jugábamos juntos en la piscina o estábamos juntos comiendo, ellas se mantenían apartadas de los chicos. No pude sentarme a su lado o hablar con ella en ningún momento. Continuamente la miraba de reojo, estaba guapísima, se le veía feliz con sus amigas. Tenía once años… no podía dejar de mirarla, me parecía la chica más bonita del mundo.
Ni me mires
—Te compro el colgante —dije a mi hermano.
—Vale, 10 pelas.
Hacía unas semanas que mis padres habían estado de viaje y nos habían traído unos colgantes de recuerdo. El colgante de mi hermano tenía una A (de Alfre) y el mío una V (de Vicen). Al día siguiente llevaba contento los dos colgantes en el cuello, A y V —Amparo y Vicen, evidentemente—.
—¡Me encantan esos colgantes! ¿cómo es que ahora llevas dos? —me dijo Julio.
—El de mi hermano.
—Son superchulos. ¿No tendrás uno con la J?
Pensé que él pensaba que yo pensaba que la J era de Julio, pero, en realidad, sabía que estaba pensando en Josibel.
Tres o cuatro días después fui al fotógrafo a recoger las fotos que había hecho el domingo. ¡Guau, está preciosa! Había unas cuantas fotos de Amparo y estaba guapísima. Estuve horas mirándolas.
—Mira Julio, las fotos del domingo.
Julio las miró durante unos minutos haciendo comentarios graciosos.
—¿Por qué hay tantas fotos de Amparo? —me preguntó poniendo cara de sospecha.
¡jolines! ¡me he pasao!
—¡Por eso llevas la ‘A’ colgando! ¡A ti te gusta Amparo! ¡te gusta Amparo!
—Bueno, vale, pero tú no digas nada.
Por la tarde, al llegar a la Acera Alta, lo primero que dijo Julio fue
—¡A Vicen le gusta Amparo! ¡A Vicen le gusta Amparo!
¡Será bocazas!
Los chicos rieron…
—¡No te jode, y a mí! —dijo Clavo.
Las chicas murmuraron. Yo callé.
En principio, parecía que nadie había dado importancia al asunto. Nadie hizo más comentarios sobre el tema. Sin embargo, parecía que Amparo estaba molesta, tenía la cara seria, no era normal, ella solía sonreír.
Tras una media hora, Amparo seguía molesta, no tenía la cara de siempre. Me dolía verla así. Aunque ella estaba entre sus amigas, aislada como siempre, me senté a su lado, en la acera. Noté que se puso nerviosa, pero no dijo nada, ni me miró.
—Lo que ha dicho Julio es verdad, me pareces preciosa, Amparo —le dije nervioso.
Ella me miró muy enfadada y dijo gritando
—¡Ni me mires! —se levantó y se fue.
Sus amigas le siguieron y se sentaron en otro lado.
Yo me quedé sentado en la acera, solo, con la mirada en el suelo. ¡Dios mío! Amparo enfadada conmigo, es lo último que hubiera deseado. Madre mía, esto no puede estar pasando. Amparo, por favor…
Abe se sentó a mi lado.
—¡Te gusta mi hermana, eh! —dijo con voz cariñosa.
—Sí. —respondí sin levantar la cabeza.
—Olvídala, ella nunca te va a hacer caso —levanté la cabeza y le miré.
—¿Por qué dices eso? ¿Tan mal le caigo? —Abe suspiró.
—No eres tú, Vicen. Es todo lo demás. Mis padres son muy religiosos y en casa nunca aceptarían que mi hermana de once años saliera con un chico. Mis tías, que viven con nosotros, ya las conoces, son dos beatas solteronas que pondrían el grito en el cielo si eso ocurriera. En el colegio, las monjas llevan años diciéndoles que los chicos son pecado, y que es su obligación mantenerse alejadas de ellos. Incluso sus amigas, que van a su misma clase, no aceptarían nunca que ella pudiera estar con un chico. Resumiendo, mi hermana y sus amigas tienen una gran máxima en su cabeza: ‘chico pecado, chochito tesoro.’ Lo siento, pero no tienes nada que hacer.
Las palabras de Abe me dejaron hundido. Mis ojos se humedecieron.
Nunca he conocido a nadie así. Amparo, la chica más preciosa y alegre del mundo, piensa que estar a mi lado es un pecado. Mis intenciones son buenas, sólo quiero hablar con ella, estar a su lado, ser su amigo. ¡Yo no soy un pecado!
Creo que Abe fue el único que entendió realmente el concepto que intentaba plantear. Una relación sencilla, sincera, amable entre un chico y una chica. Amigos, amigos de verdad, ¿por qué no? Las chicas tienen «esa magia tan especial», te hacen sentir cosas tan preciosas. Me acuerdo mucho de Chelo ¡fue tan genial mi relación con ella! una preciosa relación de igual a igual. La echo de menos, la echo mucho de menos.
Este concepto no existía en el grupo y, aún tardaría algún tiempo en ser aceptado.
El verano
Los domingos siguientes seguimos yendo al chalet de Abe. Fueron días agradables y divertidos. Ya no intentaba acercarme a Amparo, sólo la miraba de reojo. Estaba guapísima. Era lo más precioso que había visto. Suspiraba, y seguía charlando.
Acabaron las clases. Mi familia, como todos los años, veranaba en El Plantío. La familia de Amparo pasaba el verano en su chalet de La Eliana. Durante el verano, muchos días cogía la bici e iba al chalet de Abe. Nos hicimos grandes amigos. Los domingos nos reuníamos todos en el chalet.
Hacía ya más de un mes desde que Amparo se enfadó. Las aguas se habían calmado. Ella ya no estaba molesta conmigo. Incluso alguna vez me sonreía. Yo seguía mirándola, en silencio, disimuladamente. Alguna vez ella se dio cuenta de que la miraba.
Esta tan preciosa como siempre. Ese bikini verde me vuelve loco.
Una tarde de domingo, estando con todos los amigos, me decidí y me senté a su lado. La miré y le sonreí. Ella me miró y me sonrió. Se me puso la carne de gallina. No dijimos nada. Noté que se ponía nerviosa. Tras unos segundos se levantó y se fue. Su hermana Pili me miró y me sonrió moviendo la cabeza. Tuve la sensación de que ellas, a veces, hablaban de mí.
Esa noche, en la cama, era incapaz de quedarme quieto. Daba vueltas bajo las sábanas, reviviendo su sonrisa una y otra vez, con una energía que me hacía imposible dormir. Amparo me había devuelto la sonrisa y había estado unos segundos sentada a mi lado. Desde luego, era un avance impresionante.
¡Guau, es la chica más preciosa que he visto en mi vida!
—¡Veo, veo! —dijo Clavo un día que estábamos todos sentados en el jardín.
—¡Jo macho, no jodas! ¿Cómo que ‘veo, veo’? —dijo Ali.
—¿Qué ves? —dijo Susi.
—Una cosita. —dijo Clavo poniendo cara de loco y mirando descaradamente el escote de Ana.
—¡Dios mío! —dijo Ana tapando el pecho que se le asomaba por el bikini.
Al cabo del rato, Clavo dijo
—¡Veo, veo!
—¿Qué ves? ¿qué ves? —dijo Ali mirando rápidamente hacia las chicas mientras todas se tapan las tetas con sus manos.
Tras dos segundos de silencio, las chicas se morían de risa mirándose unas a otras.
El verano siguió avanzando. Una tarde Abe me dijo…
—Las dos últimas semanas de agosto siempre vamos a Paterna a pasar las fiestas del cristo.
—Nunca he estado en las fiestas de Paterna, siempre estamos en El Plantío.
—Son muy divertidas, todas las noches hay verbenas, conciertos, bailes… nos lo pasamos muy bien ¿tú podrás venir?
—Pues no veo cómo —le dije abatido.
Esa noche me sentía mal, muy mal. Mis padres no me iban a dejar ir solo a Paterna por las noches y volver a las tantas. Me imaginé bailando con Amparo, abrazándola bajo las luces de la verbena. Se me puso la carne de gallina.
Abrazar a Amparo sería un sueño, no había nada que deseara más en el mundo.
Se me ocurrió una idea que podría funcionar.
Al día siguiente le dije a mi madre…
—La semana que viene empiezan las fiestas en Paterna ¿Puedo quedarme un par de semanas en casa de Pepe? así podré estar con mis amigos durante las fiestas.
—Claro hijo. Tus tíos te quieren mucho y estarán muy contentos de que estés con ellos.
¡Madre mía, qué pasada! voy a pasar las fiestas con Amparo, ¡ya me imagino bailando con ella… sería genial!
La fiesta
Estaba con Pepe en la cama. Era mi primera noche en Paterna. Estaba superemocionado. Tenía dos semanas por delante para ver a Amparo todos los días.
—¿Y si arreglamos el corral, ponemos música y hacemos una fiesta? —le dije a mi primo—. ¿Crees que la tía nos dejará?
—¡Hey, qué buena idea! Mañana se lo preguntamos.
—En el corral no, que está muy sucio —dijo la tía—. Pero podéis hacerla en el piso de arriba, en la terraza.
Pepe y yo pasamos toda la mañana arreglando el piso de arriba que se usaba como trastero. Por la tarde contamos nuestra idea a los amigos. A los chicos les encantó.
—Yo tengo luces —dijo Clavo.
—Yo pongo el tocadiscos —dijo Abe.
—Si ponemos diez pelas cada uno tenemos de sobra para comprar la bebida.
Las chicas mostraron sus dudas.
—¿Una fiesta? ¿Solos? A mí no me van a dejar.
Por la noche estaba todo preparado. Pusimos luces en la terraza, instalamos el tocadiscos, la bebida estaba en su sitio. Incluso habíamos comprado alguna cosa para picar.
¡Una fiesta, con Amparo, mira que si puedo bailar con ella…! Estaba histérico.
Después de cenar estábamos todos en la terraza. Abe se encargó del tocadiscos. Empezó poniendo música de baile que todos conocíamos. Todos estábamos felices. Las chicas fueron las primeras en animarse a bailar. María José y Mari explicaban los pasos de un baile a las otras. Amparo estaba preciosa bailando, se le veía feliz moviéndose con sus amigas. Se reían sin parar.
Me encanta verla reír.
Algunos chicos nos animamos y nos unimos al baile intentando seguir los pasos de las chicas. Me pareció que a Jose se le daba genial eso de bailar.
Me senté un momento al lado de Abe mientras ponía música. Él me explicó qué criterio estaba siguiendo para seleccionar el orden de las canciones.
—¿Has probado el cubata?
—¿Qué es eso? —pregunté sin saber a qué se refería.
—Coca cola con ginebra —me dijo levantando su vaso—. Pruébalo, te gustará. Dile a Ali que no te ponga mucha ginebra, que marea.
En mi vida había probado el alcohol, ni siquiera una cerveza.
¡Vaya si marea! ¡Menudo pedo! El cubata ése es más divertido que la leche, es imposible parar de reír.
Volví al baile moviéndome como un loco y riendo sin parar. La fiesta estaba resultando genial, nos lo estábamos pasando en grande.
Mas tarde, Clavo y yo estábamos sentados en el suelo con nuestros cubatas en la mano, mirando cómo bailaban las chicas.
—Ellas bailan mucho más que nosotros ¿eh? —le dije.
—La virgen… mira cuántos culitos.
—Además, se les ve felices, se están divirtiendo.
Amparo estaba preciosa bailando, me encantaba verla tan feliz.
—Nosotros, medio borrachos, no hacemos más que hablar y reírnos. Ellas, que no beben, no paran de bailar y divertirse. Da que pensar ¿no?
—La virgen —dijo Clavo asintiendo con la cabeza.
Después de un rato volví a sentarme con Abe y me dijo
—¿Ponemos música lenta?
—¡Sí, por favor! ¿Crees que tu hermana querrá bailar conmigo?
—No va a querer, estoy seguro —me dice sin parar de reír. Su cubata estaba haciendo el mismo efecto que el mío—. Pero tú inténtalo.
Pone una canción lenta, una canción preciosa que todos conocemos.
—¡Esta canción me encanta! —dijo Susi suspirando.
—¡Es preciosa! dijo Ana.
—¡Música lenta nooo! —gritaron algunas chicas—. Pon la música de antes que era más divertida.
Abe no hizo caso y dejó sonar la canción sin poder parar de reír.
Me acerqué a Amparo. El corazón me latía como un tambor. Hasta ese momento ella y yo no habíamos cruzado más que alguna palabra suelta. Estaba muy nervioso por mi atrevimiento. Le dije…
—Amparo ¿quieres bailar? —Suspiré profundamente. La expectativa casi me ahogaba.
—¿Estás loco? mira —me dijo señalando disimuladamente hacia su casa.
Desde la terraza en la que estábamos se veía perfectamente su casa, y en la ventana estaban su madre y sus dos tías controlando todo lo que pasaba en la fiesta.
Madre mía, esto es horrible.
—Nos metemos en ese cuarto —le dije desesperado—. Ahí no pueden vernos.
—¡Estás loco, estás loco! ¿Tú y yo solos en ese cuarto? ¡Me matan!
—Amparo, por favor, me muero por bailar contigo.
—¡Que no, que no, que no! ¡Estás loco! —se fue y se sentó con sus amigas.
Jolines, creo que voy a vomitar. No sé si es el cubata o la depre. Mi ilusión se desvaneció. Durante toda la noche había estado esperando ese momento, y ahora…
Me senté de nuevo con Abe.
—Te lo dije —me dijo muerto de risa mientras levantaba su vaso. Creo que su cubata estaba más cargado que el mío.
—Hala, pon música rápida otra vez, que la gente se duerme —le dije tan desilusionado como mareado.
Esa noche, ya en la cama, me sentía totalmente frustrado. La fiesta había resultado genial, nos lo habíamos pasado en grande. Pero mi ilusión de bailar con Amparo, había quedado en nada.
Bueno, no te rindas. Las cosas han cambiado mucho desde aquel ‘ni me mires’. Ahora, a veces, puedo hablar con ella y hasta me sonríe cuando yo le sonrío. Quizá pretender bailar con ella era mucho pedir. Amparo, esperaré el tiempo que sea necesario y, cuando quieras abrazarme, allí estaré, siempre.
El encuentro secreto
Al día siguiente, después de comer llamaron al timbre. Mi tía fue a abrir.
—¡Vicen, te buscan!
—¡Voy! —¿Quién será? Todavía no es hora de salir.
En esos momentos ignoraba que estaba a punto de producirse uno de los momentos más emocionantes de mi niñez. Los sucesos que se iban a producir en breves instantes iban a cambiar radicalmente mi relación con Amparo, e iban ha hacer que aquellas fiestas del cristo de 1975 se convirtieran en unos días absolutamente inolvidables.
Me acerqué a la puerta y vi a Pili. Mi tía volvió a la cocina. La miré desconcertado. Ella me miró sonriendo.
—Oye Vicen, estamos en casa de Isabel. Dice mi hermana que si vienes.
¿Cómo? ¿Amparo me busca? ¡Guau, esto no me lo esperaba! ¡Amparo está pensando en mí, y me llama! ¡Me echa de menos!
-¡Sí, claro, claro que voy! —le dije nervioso.
Pili se rio al notar mi excitación.
Isabel vivía a tres manzanas de casa de mi tía. Ella iba a mi colegio, era la única amiga de las chicas que no iba al colegio de las monjas. Mientras andábamos por la calle le dije a Pili…
—¿Qué hacéis en casa de Isabel a estas horas? ¿Quiénes están?
—Nada. Estamos todos, charlando —dijo Pili con sonrisa pícara.
—¿Tu hermana ha dicho algo de mí? —dije impaciente. Amparo quería verme. No podía imaginar qué me iba a encontrar cuando llegáramos a casa de Isabel.
—No, nada ¿por qué?
Noté que Pili me miraba mientras andábamos. Esa sonrisa la conocía. Algo estaban tramando.
Llamamos al timbre y abrió Isabel. Entramos en el comedor y vi a Amparo sentada en el sofá, estaba sola, guapísima. Se me puso la carne de gallina.
¿Qué está pasando? ¡Sólo está Amparo!
—Si me necesitáis estoy en mi habitación —dijo Isabel. Y se fue.
Le miré a los ojos. Los dientes me castañeaban.
—Hola Amparo —le dije sonriendo—. ¿Qué pasa?
—Hola Vicen —Su voz dulce me puso más nervioso. La respiración se me aceleraba por momentos.
Ella me sonrió y me hizo un gesto indicándome que me sentara a su lado.
¡Está preciosa!
Me siento.
Madre mía, Amparo me ha hecho venir. Estamos solos. Me sonríe y quiere que me siente a su lado. Estoy soñando, sin duda.
—¿Ya Ampa? —dijo Pili con una sonrisa muy, muy pícara.
¿Ya? ¿Ya qué?
Miré a Amparo a los ojos sin saber lo que pasaba. Ella me miró sonriendo. Me cogió la mano y dijo con voz temblorosa…
—Sí, ya —Empecé a sudar. Pensé que podría desmayarme.
¡Dios mío! no sé lo que está pasando, pero es lo más emocionante que me ha pasado en la vida. El contacto de su mano me puso más nervioso.
Amparo se puso de pie sin dejar de mirarme, y tiró suavemente de mi mano para que me levantara con ella. Pili puso una canción en el tocadiscos. Amparo me miró emocionada y dijo con voz cariñosa…
—Vicen, ¿Quieres bailar conmigo?
¡Dios mío! Estoy temblando. Tengo la carne de gallina.
Ella me miró a los ojos sonriendo, y me abrazó.
Está más preciosa que nunca.
Yo le abracé. Era el abrazo más deseado. Suspiré profundamente.
¡Dios mío! llevo meses esperando este momento ¡Esa magia! ¡Esa magia brutal que tienen las chicas está recorriendo mi cuerpo de los pies a la cabeza!
La abracé con todas mis fuerzas, y me dejé llevar. Sentí su cuerpo temblar ligeramente, como si también estuviera nerviosa. Apoyó la cabeza en mi hombro, y durante unos segundos, el mundo desapareció. No había música, ni Pili, ni Isabel, ni verano, ni fiesta. Sólo ella y yo, envueltos en ese instante perfecto.
Noté su respiración cerca de mi cuello, el calor de sus brazos, el perfume suave de su pelo. Cerré los ojos. No quería que terminara nunca.
Fue como si el universo se detuviera para contemplarnos. Su cuerpo encajaba con el mío como si siempre hubiera estado ahí. No era sólo un abrazo. Era una promesa silenciosa, un pacto sin palabras. Y en ese instante, supe que todo había cambiado.
Entonces tuve la seguridad de que, por fin, éramos pareja.
Aquel fue un encuentro secreto, nadie supo de su existencia excepto los que estuvimos allí. Yo valoré muchísimo aquel gesto de Amparo. Aquella niña de once años, aun teniéndolo todo en contra —su familia, sus profesoras, sus amigas—, se atrevió de organizar, junto con su hermana pequeña, aquel encuentro secreto para decirme que me quería. Que, pasara lo que pasara, quería estar a mi lado.
Esa misma noche hubo un concierto en el Villar Palasí. Ella y yo nos separamos del grupo y pasamos uno de los muchos momentos románticos de aquellas fiestas. Estaba absolutamente preciosa, se le veía feliz, radiante. Aquella fue la primera vez que reímos juntos.
Hoy, al recordar aquel encuentro secreto, no puedo evitar sonreír. No por nostalgia, sino por gratitud. Porque aquel abrazo fue mucho más que un gesto: fue una revelación silenciosa, una verdad que aún me acompaña. Amparo me enseñó que el amor no necesita permiso, ni aprobación, ni edad. Solo necesita verdad.
A veces me pregunto si aún sonríe como entonces, si guarda aquel recuerdo con el mismo cariño que yo. Pero no importa. Porque hay personas que no se van nunca. Se quedan en los gestos que aprendimos, en las emociones que nos despertaron, en los silencios que compartimos.
Amparo fue mi primer gran amor adolescente. La adoré con todas mis fuerzas, y la recuerdo con muchísimo cariño. Gracias Amparo, mi corazón no te echa de menos, porque siempre has estado ahí.
2 Respuestas
[…] de 1975. Tengo trece años y Amparo doce. Hace un par de días se produjo mi último encuentro con Lucia. Éste es el encuentro que […]
[…] de dos años sin verla, empecé a salir con Amparo. Adoraba a Amparo, mi primer gran amor adolescente, pero aquel sueño, todavía seguía en mi […]